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Cuando tenía 16 años, quería explorar el mundo y ansiaba el día que me graduaba del colegio para vivir en otro país. Mi normalidad, no podía ser la única normalidad, debía haber otras formas de vivir, ver las cosas y aprender también.

Mis amigos me preguntaron: “¿Por qué quieres salir de Alemania, si aquí tienes todo?”

No sabía muy bien cómo explicárselos, solo sabía que tenía mucha curiosidad de conocerme en otro ambiente y hacer algo diferente. Además, quería estudiar, pero todavía no estaba segura de mi vocación.

En Alemania dos veces al año invitan a los padres de familia a la escuela para hablar con los profesores sobre el desempeño de los hijos. Algunos de mis compañeros estaban muy nerviosos ante estos días porque “no se portaron bien”, otros se sentían tranquilos, porque tenían buenas calificaciones y los papas ni siquiera iban.  

Mis padres siempre iban, pero yo no me sentí nerviosa. Aunque no sacaba las mejores notas, ellos sabían cómo andaba en clases y con los profesores, lo que me dio curiosidad era, cómo me veían los profes y qué iban a decir sobre mí. 

Cuando mi papa regresó de la reunión, quería saberlo todo.

Entonces él me dijo: “Tus profesores no tienen inconvenientes contigo, pero te ven MUY DISTRAÍDA.”

Y eso de cierta manera se convirtió en la historia de mi vida… ¡MUY DISTRAÍDA!!!!

En el colegio mis amigos me decían que soy “verpeilt”, una expresión juvenil en alemán, para alguien quien se olvida, no se concentra bien y parece estar con la mente siempre en otro lado.

Mucho tiempo de mi infancia y adolescencia (y hasta ahora) pasaba con mis propios pensamientos, rumiando todo lo que pasaba a mi rededor y me asombraba de las cosas que hacían mis compañeros:

“Susana está enamorada de Fredy y lo cuenta a todo mundo. No tiene vergüenza al decírselo al chico y compartir lo que siente con los demás. ¿Cómo así, no le da miedo, hablar sobre sus sentimientos? A contrario, Lorena no dice nada, apenas le sale su nombre, ¿de dónde viene todo su miedo y timidez? Y ante estas situaciones, ¿qué puedo decir yo a Susana, tan enamorada, cuando me cuenta sobre sus sentimientos, con todo detalle?  y ¿Qué le puedo decir a Lorena que no dice nada?, ¿Qué se puede hacer para que no sienta tanta incomodidad?”

Así andaba mi cabeza las 24horas. Me fascinaba el ser humano, de dónde saca sus fortalezas, cómo se relaciona, que le duele, que le recupera. Conmigo hacia lo mismo, ¿Por qué siento eso?, ¿Por qué lo otro?, ¿Cómo hacer para…?

Fue hermoso, pero no me dejó mucho tiempo para hacer los deberes y a la final, nadie sabía de todos mis diálogos internos… todo este trabajo que hacía aparte. Lo que reflejaba mis calificaciones, fueron MIS CALIFICACIONES. Mi rendimiento podría estar mejor, pero estaba MUY DISTRAÍDA.

Por eso, cuando era joven me costó entender cuál es mí “vocación”. Pensaba mucho sobre las cosas que pasaban a mi rededor, pero se me hizo difícil ver, que puedo hacer con eso.  

Me di cuenta que el contacto real con las personas era más interesante; conversar y tener la oportunidad de preguntar, verbalizar mis diálogos internos y escuchar a los otros también.

Así decidí hacer un año de voluntariado en Ecuador. Quería conocerme en otro ambiente, que no fuera el de un aula de clases, para saber cómo actúo en la realidad, antes de seguir aumentando conocimientos abstractos.

Después de mi experiencia como voluntaria en una fundación en Quito, sabía que quería estudiar psicología, para adquirir nuevas herramientas de análisis, conocer más sobre las relaciones humanas y cómo acompañar a las personas ante los distintos desafíos que enfrentan. De alguna manera las cosas se dieron y finalmente tenían sentido. Haciendo cosas diferentes, encontré un camino y en este me encuentro ahora.

La vida diaria nos exige ser de cierta manera: atender, rendir, esconder nuestras inseguridades para funcionar y poder sentir pertenencia en nuestro mundo. Cuando no obtenemos el éxito esperado en este sistema, pensamos que estamos mal; aunque sigo las reglas, aunque me esfuerzo, aunque intento de hacer siempre lo correcto, no llego a donde quiero llegar, no puedo dormir, siento miedo, tristeza, vacío, ansiedad, etc. Ahí están los pensamientos que, desde joven me pasaron por la mente y ahora puedo invitar a las demás personas a compartir los suyos. Nos reunimos en un lugar seguro, nos damos un tiempo estimado para escapar de la locura del día a día y conversamos. Lo llamamos terapia, porque nada más es la terapia: darse un respiro para uno mismo, para hablar de lo que está a dentro, para poder decir en voz alta lo que pasa por nuestra mente, darse un espacio de escape, de SER humano y conocerse mejor, para poder avanzar con más seguridad y autenticidad.

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