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En 2021 cumplimos 10 de matrimonio con mi esposo y decidí compartir algunas reflexiones sobre esta experiencia.

¿Por qué nos casamos hoy en día?

En la actualidad menos parejas que antes, deciden casarse (INEC, 2018) y los que logran ser «felices para siempre», se consideran raros. Se difunde el estereotipo de la pareja casada infeliz con chistes, clichés y memes sobre como el matrimonio nos degenera, nos encierra y nos amarga. Se podría decir que, nos estamos burlando de aquellos que aún creen en este cuento de hadas, sabiendo que una gran parte de matrimonios se divorcian y que el ideal de la media naranja no existe.

Cambios sociales y culturales han ocasionado cambios en la dinámica de la pareja. La emancipación de las mujeres y la idealización de valores más individualistas, son factores que nos obligan a repensar viejos paradigmas, como el matrimonio; ser casado ya no tiene la misma función que antes (Pedrozo, 2015). Ya no sacrificamos nuestros planes personales por otra persona, valoramos nuestra independencia y la pareja se convierte en un compañero de vida, en vez de ser alguien del cual dependamos. Entonces, muchos cuestionan el sentido de un contrato para la vida, que legaliza y garantiza la unión de la pareja. 

Conocí a personas que se casaron porque “ya era tiempo”, “estaba embarazada” o porque “ya queríamos formalizar”, muchos aún lo miran como un requisito para construir una familia o para vivir juntos y como es algo tan común, pocos se preguntan si realmente es lo que quieren, mucho menos, por qué lo quieren. Ya no se cree que, se puede ser «felices para siempre».

Bueno, un factor sería lo legal, que literalmente con el matrimonio se formalizan aspectos importantes de la relación. Como, por ejemplo, derechos de herencia, ciudadanía, cuestiones tributarias y de cuidado mutuo. La comunidad LGBTI pelea tanto por el matrimonio de personas del mismo sexo, porque legitima la pareja ante la ley como unidos y así asigna dichos derechos (Marshall, 2018). Pero eso es lo que la minoría tiene en mente cuando deciden casarse, ¿verdad?

Casarse ya no es un “requisito” para la aceptación social cómo lo era originalmente. Las condiciones bajo las cuales nos casamos en la actualidad dependen mucho del contexto cultural. En mi país natal Alemania, se considera irresponsable quien se casa sin haber convivido con su pareja por lo menos un par de años. En mi país de residencia Ecuador, la mayoría de las parejas esperan con la convivencia hasta casarse, pues valores tradicionales y religiosos aún juegan un papel más importante. Sin embargo, en la mayoría de las culturas, aunque más “desarrolladas” sean, aún esta presenta este legado. Es la idea que es parte del camino de la vida y que aspiramos llegar a este punto en nuestra vida, de encontrar nuestra media naranja, esta persona única que nos complementa y permite construir una familia feliz.

Durante siglos, el matrimonio fue un contrato de unión de hombre y mujer en función de asegurar la continuidad de un árbol genealógico y mantener o mejorar el estatus social. Para las mujeres era vital, que sean unidas formalmente a un hombre quien las mantenga. Antiguamente la gente no se casó por amor sino por conveniencia y supervivencia (Rodriguez & De la Cruz, 2012). El hombre necesitaba a la mujer para procrear y la mujer al hombre para tener un hogar. El amor no era importante y el divorcio no fue una opción.

Ser felices hoy es distinto que antes

El hogar era el centro de la vida y todos los miembros de la familia trabajaron para este fin. La economía familiar, el crecimiento de la familia y el cuidado de los niños, para honrar el apellido y producir para la futura generación. Nadie funcionaba para sí, sino todos para un solo fin. Fue una dinámica centrípeta, donde la energía de los miembros familiares se entregaba hacia el núcleo familiar. No importaba tanto, cómo se sentía cada miembro con su rol, sino se suponía que, cuando el núcleo familiar está estable, los miembros familiares también estarán estables. La familia funcionaba como un protector de las “amenazas” externas.

Tras múltiples guerras y revoluciones, las estructuras sociales cambiaron. La democracia, la industrialización y el cambio del rol de la mujer en la sociedad, fueron factores que contribuyeron a un cambio del paradigma de matrimonio y hoy se supone que nos casamos por amor y celebramos el encuentro con esta persona única para nosotros, con la cual queremos pasar el resto de nuestras vidas.

Actualmente parece que, vivimos una dinámica más centrifuga, donde cada miembro de la familia, se nutre del núcleo familiar para poder salir y surgir personalmente. Vivimos con más comodidades y garantías, por lo que el mundo externo se percibe más como un lugar de oportunidades (en vez de amenazas). Así que, queremos involucrarnos e innovar en vez de protegernos. La familia ya no es el fin, sino un medio. Se convierte en nuestro catalizador de energía, para participar y construir cambios en el mundo externo.

Para la armonía en pareja es un reto. Aunque casarse ya no significa amararse a un solo fin en conjunto, igual se deben hacer compromisos. Centrarse en uno mismo y en una relación de pareja a la vez requiere de maniobras creativas, flexibilidad y comunicación. Dado que, los roles no son prescritos, se deben hacer acuerdos en cuanto a planes conjuntos e independientes, quién asume qué, dónde nos encontramos etc. Así que el arte de amar hoy, también es, dar espacio al/la otro/a y no esperar todo de la relación. Amar también es dejar ir y dar tiempo. 

matrimonio feliz

Casarse no asegura ser felices para siempre – ¿Cómo contribuye el matrimonio a nuestra vida actual?

Es complejo compaginar nuevos ideales con lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos desde un modelo familiar y un legado. Generaciones anteriores nos critican por ser muy hedonistas. Pues, con estos cambios paradigmáticos también aumentaron los divorcios (INEC, 2018).

El ideal del amor se confunde con esa creencia adolescente que, “el amor lo puede todo” y si lo encontramos vamos a ser felices para siempre. Algunos están en búsqueda de esta persona única y perfecta, con la que estarían felices para siempre, caso contrario tienen que divorciarse para seguir buscando (Almeida, 2013).

Pero también hay los que superan esta primera fase de “luna de miel” y siguen juntos; tal vez asimilaron que, la relación no se nutre solo de amor. Hay momentos en los que, no se siente amor, hay momentos que se quiere lanzar a la pareja por la ventana o pensamos que solos, o con otra persona estaríamos mejor. Entonces ¿Cómo se encuentra calidad de vida en la relación de pareja, a pesar de estos momentos? ¿Cómo diferenciar si se debe continuar o si es momento de terminar la relación?  

Si partimos del supuesto que vivimos en una época posmoderna, vivimos en un tiempo donde ya no se cree en lo absoluto, lo único, o lo verdadero. En la actualidad celebramos la diversidad, la multitud de realidades y la construcción individual y social de nuestras historias y de nuestro mundo (Gergen, 2006).

Pedrozo (2015), analiza cómo estas miradas han transformado valores y con ello las formas de vivir en pareja. La época posmoderna según él se caracteriza por el individualismo, el valor de la autorrealización, autosatisfacción y el placer abundante e inmediato. Ante estos valores, la idea de ligarse a una sola persona por toda la vida y pasar juntos en las buenas y las malas, ya no cabe. Pensar en una vida con una sola persona parece aburrido y poco soportable y nos produce este temor de perdernos algo.

La FOMO – “fear of missing out” (la ansiedad por perderse algo), se produce a raíz del boom de las redes sociales donde todo el mundo publica sus fotos de bungee jumping y subidas al Mount Everest. Eso nos hacen pensar que debemos sacarle el jugo a la vida y aprovechar cualquier oportunidad que nos va a producir adrenalina (Przybylski, Murayama, DeHaan, & Gladwell, 2013). Cuando nos casamos, se hacen las famosas despedidas de soltero/a para “asegurarnos”, por lo menos de forma simbólica que, no nos hemos perdido nada antes de “ser atrapados”.

Por el otro lado; en un mundo tan inestable, no queda mal un ancla que da algo de permanencia y en muchas personas se produce una ambivalencia ante el compromiso de por vida. Nos damos cuenta que, también necesitamos algo seguro y con todo este movimiento, nos gustaría saber que hay, con quien puedo contar.

Según Pedrozo (2015) se han generado diferentes formas de estar juntos, aparte del matrimonio tradicional. Hay parejas que viven juntos pero separados; prefieren centrarse en sus proyectos personales, pero tampoco quieren pasar su vida solos, así que, la pareja es un conviviente que, de vez en cuando permite cercanía. Hay quienes tienen una pareja con quien desean construir un proyecto vital juntos, pero no quieren afectar la armonía de su unión con las disputas cotidianas de la convivencia y deciden vivir separados. Por último hay cada vez más parejas que consideran la opción de una relación abierta. No son formas de convivencia idealizadas, no es romántico vivir así, es una alternativa práctica, o un intento de resolver retos comunes de la vida en pareja (sacrificios, rutinas, diferencias). ¿Pero nos gustaría vivir así?   

Son alternativas que aún generan dudas y se puede cuestionar, si es una forma de vivir que concuerda con nuestras necesidades humanas de apego y estabilidad; ¿deberíamos todos aspirar una vida así?… pues no sé. Aunque mi experiencia personal me ha hecho más realista, yo aún quiero creer en una relación de convivencia monógama y duradera. También me parece interesante como cada pareja busca e encuentra su camino particular, que igual demandará compromisos y sacrificios.

Felices construyendo

Algo que aprendí yo en el camino con mi pareja, fue, amar a la persona, no por lo que me da, sino por quién es. Es decir, amar al individuo de por sí: por sus valores, por lo que compartimos y porque podemos respetar nuestras diferencias también. Creo que, eso fortaleció mi relación de pareja para continuar.   

En su momento, me casé, porque sentí que quería dar este paso, este era mi Mount Everest, lo que yo miraba como una gran aventura y no quería perderme la oportunidad. Siempre me gustaba la idea de encontrar una pareja con quien compartir y así no solo crecer individualmente sino también en conjunto con alguien.

Cuando mi esposo me dijo: “me casé por amor”, en un primer momento pensé “que cursi”. Claro que yo también me casé enamorada; pero pensé que, en el fondo debe haber más… como que debo dar una explicación más racional, que justifica dar un paso tan trascendental en la vida. Pero regresando a ver entiendo que, en el momento no podemos ver toda la magnitud que representa esta decisión. Lo profundo y racional viene luego, cuando tienes que convencerte de nuevo y repensar cómo deseas continuar.

Permanecer no solo en las buenas, sino también en las malas nos puede enseñar mucho de nosotros mismos y de la otra persona; mi relación ha estado en constante cambio y evolución durante los últimos diez años y hemos dado continuidad, porque fueron cambios que nos acercaron, fortalecieron la confianza mutua y la comunicación y eso a la larga vale más que sentirse enamorado todo el tiempo. Se fortaleció el deseo de crecer con los retos que solo se presentan cuando continuas.

Cuando pregunté a amigas/os casados, sobre su experiencia con el matrimonio, me compartieron reflexiones muy distintas. Algunos son más conservadores, otros más románticos, pero la mayoría reconoció que la relación requiere de atención continua, independientemente del “contrato” que se firmó en un principio.

Una amiga decía “al inicio la idea de casarnos surgió de la necesidad de aclarar el futuro de la relación y tener seguridad de QUÉ vamos a ser en el futuro” con el tiempo ella decía que se dio cuenta que, “el matrimonio no me salva de nada, es un contrato que ayuda establecer la relación desde lo legal, pero la calidad de la unión depende de cómo construimos la relación con nuestra/o pareja, independientemente de que seamos casados o no.”

En conclusión; fuera de lo que dice la teoría, me encuentro aun con muchas personas que, desean una relación de pareja duradera. Algunos han vivido un tiempo de libertad y experimentación, pero finalmente buscan también esta ancla, este ser que les da compañía y estabilidad en un mundo cambiante. No necesariamente hace falta casarse para vivir bajo principios de matrimonio como, monogamia o continuidad. Los motivos para sostener relación «tradicional» y los factores que nos ayudan fortalecerla, ya nos son las mismas que idealizaron en generaciones anteriores. Y definitivamente es más complejo a lo que nos venden las novelas de amor.

Felices para siempre

La vida en pareja es una experiencia muy particular, aunque nos parece tan común. Si queremos construir una convivencia auténtica, donde se respetan proyectos personales como compartidos y donde pretendemos crecer a través de la relación, tenemos que conocer nuestros principios y los del otro y debemos saber dónde podemos hacer compromisos y dónde están nuestros límites. Es como una danza con momentos de cercanía y alejamiento y si hay comunicación y confianza, podemos mejorar nuestra expresión, caso contrario nos cansamos con el tiempo.  

Referencias

Almeida, A. (2013). Las ideas del amor de R.J. Sternberg: la teoría triangular y la teoría narrativa del amor. Familia, 57-86.

Gergen, K. (2006). El yo saturado. Barcelona: Paidós Surcos.

INEC. (2018). Matrimonios y Divorcios. Obtenido de Instituto Nacional de estadísticas y censos: https://www.ecuadorencifras.gob.ec/matrimonios-y-divorcios-2018/

Marshall, P. (2018). Matrimonio entre personas del mismo sexo: una aproximación desde la política del reconocimiento. Polis: Revista Latinoamericana, 201-230.

Pedrozo, R. (2015). Los cambios del vínculo amoroso en la posmodernidad. Revista Iberoamericana de las Ciencias Sociales y Humanísticas, 4(8).

Przybylski, A., Murayama, K., DeHaan, C., & Gladwell, V. (2013). Motivational, emotional and behavioral correlates of fear of missing out. Elsevier, 1841-1848.

Rodriguez, A., & De la Cruz, M. (2012). Reflexiones sobre la familia y el matrimonio desde la sociología y el derecho como fenómeno no solo social sino también como ciencia. Contribuciones a las Ciencias Sociales.

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